Una interpretación postelectoral
- Hugo Rodas
- 17 sept
- 9 Min. de lectura

Salida conservadora de la crisis o nuevo cuerpo político
El binomio Paz-Lara tiene el beneficio de la duda frente a la derecha autoritaria y neobanzerista que representan Quiroga-Velasco. Si el lector piensa en el pasado de dos décadas atrás (2005), podría preguntarse si el gobierno del MAS, con mucho mayor caudal electoral que ningún gobierno en la historia democrática del país, mereció el beneficio de la duda al momento de asumir el gobierno, y la respuesta sería negativa, porque ningún acontecimiento democrático, ni siquiera en su aparecer, se explica con números, como la opinión del ex vicepresidente de Evo Morales repite de entonces al presente: Evo Morales y Álvaro García no merecían la duda porque su proyecto era explícitamente demagógico. El tiempo demostró lo conservador del evismo y su carácter estratégicamente perjudicial para el movimiento popular, algo indiscutible apenas unos años después (2009-2010), en esto sí como el MNR de 1952, cuyos resultados económicos en 1958 fueron cobrados, con Hernán Siles Zuazo como titular, al propio pueblo.
Como Álvaro García declarara, exhibiendo infundadas pretensiones de prolongar, él, la historia pasada de Bolivia, el ideal de estadista representó Víctor Paz Estenssoro (en el caso de este último, el de abogado de clase media que administra en interés de las clases dominantes). Evo Morales más que Álvaro García, fue el operador llamado para adulterar desde su propio interés corporativo campesino la reforma que la crisis política del año 2003 alentaba. Una década antes entrevisté a Evo Morales (1995) como dirigente de los productores de coca del Chapare; ya entonces eran inocultables su maña y estilo mandón en la práctica sindical; su conscripción en la Policía Militar del tiempo de la dictadura de Luis García Meza (1980-1981) debió significar el más alto ascenso social imaginable.
En el presente, en cambio, Rodrigo Paz, por mucho que deba y repita el discurso de la ambigüedad oportunista de su padre, Jaime Paz Zamora (“Jaimeco” en los muros de la ciudad de La Paz de fines del siglo XX, en el tiempo de los “narcovínculos” del MIR y la presencia de los traficantes Isaac Chavarría y “Meco” Domínguez), es distinto por dos razones que Rodrigo no eligió pero lo determinan positivamente para la duda: la primera razón es que “ya ha vivido”, de modo que, por su historia biográfica, no parece adolecer de las veleidades frívolas de playboy político que demostrara en el pasado su progenitor; y, porque, despreciado en la campaña reciente por la actual socialdemocracia mayoritaria de origen mirista (la del empresario Samuel Doria Medina, derrotado electoralmente en la primera vuelta por Paz-Lara y Quiroga-Velasco), tiene esa experiencia viva como para advertir los mezquinos intereses de lo que llama (en un “entronque” transhistórico, acaso inconsciente, de RADEPA-MIR) "los poderosos" y su indolencia sobre las "grandes mayorías" a las que Rodrigo dice representar.
Por otros datos, más bien contingentes, sé que Rodrigo tiene presente aún su lejano pasado escolar en La Paz, lo que refuerza el beneficio de la duda que menciono. Si explorara con detalle a sus compañeros de promoción encontraría no solo a varios de ellos como antiguos actores de la lucha democrática del pueblo boliviano, sino también cumpliendo funciones en la institución policial, directamente aludidos (no sé si a favor o en contra) por lo que su compañero de fórmula, Edman Lara postula para esa institución y en general para la cuestión de “seguridad” en Bolivia. Rodrigo podría, si se muestra sagaz y busca la interlocución generacional, construir puentes verazmente democráticos, distintos a los burocráticos e inconsecuentes del viejo MIR, y a los actuales cantos de sirena o nuevos pactos de complicidad con el pasado, que sus competidores de derecha hacen tintinear como cebo para perderlo.
Por su parte Edman Lara es, también, más auténtico en sus impresiones sobre los peligros del poder oligárquico, porque su desafío abierto a la lógica de los despotismos corporativos toca a esa proliferación antipolítica (la del monopolio del poder) exacerbada por el evismo. Lara podrá equivocarse en el futuro —y mucho— con lo “políticamente correcto” (lo que es intrínsecamente renovador, por contrariar la ideología dominante al uso) y es parte fundamental del capital popular que Rodrigo Paz parece cuidar (la relación con las “mayorías populares”) y, como no parece sobornable, Lara representa un "peligro" que la derecha en general intenta neutralizar sugiriendo el “caos” potencial que representa, recurriendo al cliché conservador por excelencia frente a lo que subvierte la normalidad de la dominación (“es un loco”).
Dicho lo cual, a futuro no está dicho nada en Bolivia.
Ahora bien, si un microdiagnóstico como el de estas líneas no pretende el papel pedante de la neutralidad, debe arriesgar algunas observaciones sobre el virtual gobierno Paz-Lara, o el de sus competidores, en este segundo tiempo electoral.
Es claro que la alianza de Paz con la derecha socialdemócrata de Doria Medina debiera comprometer un límite "centrista" acotado a las bancas parlamentarias. El centro en política es siempre centro-derecha, salvo que se crea en ángeles. Si la izquierda no puede postularse como centro es porque su proyecto no se define por intereses ambiguos de “la gente”, sino por principios explícitos dirigidos a la transformación de las relaciones sociales en su conjunto. Ese límite “centrista” en las alianzas autorizaría dos posiciones favorables al binomio Paz-Lara: la crítica legítima a la postura meramente instrumentalista del voto, la que en continuidad flagrante con el MAS de Morales y García replica Jorge Quiroga al abrir las puertas de ese binomio para integrar el voto masista a su proyecto (también) autoritario; algo que Paz-Lara parecen evitar en el PDC. La segunda posición ventajosa con el límite de alianzas indicado, consistiría en poder reclamar el beneficio de la duda por parte del resto de congresales que no pertenecen al binomio Quiroga-Velasco.
Sería ilusorio y voluntarista esperar una iniciativa realmente audaz del binomio Paz-Lara para reforzar al binomio en la gestión consiguiente del Ejecutivo y Legislativo —aunque estaría autorizada por una ampliación de su legitimidad electoral en la segunda vuelta— que combinara la composición del Ejecutivo con un gabinete de gobierno de personalidades reformadoras (como el del primer periodo del gral. Alfredo Ovando, en 1969) con la de su mayoría parlamentaria en alianza con otras bancadas, para garantizar la gestión del gobierno y construir mediaciones intelectuales que asesoren los proyectos de ley, democratizando a la vez estos últimos mediante la participación directa de las organizaciones sociales en la formalización de sus necesidades. El perfil personal de los candidatos Paz-Lara parece desechar esta posibilidad audaz, pero podría resultar una alternativa posible en caso de que la profundidad de la crisis y el reclamo popular impongan su participación en la aplicación de una política económica que no descargue la crisis solamente en el pueblo; medidas antipopulares sin atenuantes que el binomio Quiroga-Velasco aplicaría indefectiblemente desde el Estado y el capital sin atender lo nacional.
Más significativa e interesante políticamente, para una posible etapa postelectoral en la que los nuevos titulares del gobierno no fueran Paz-Lara sino Quiroga-Velasco, es, en la misma lógica de atender al movimiento de la lucha política en vez de limitarse a su empequeñecida foto numérica, observar que, si el binomio Paz-Lara tiene la posibilidad de formar un bloque parlamentario de mayoría para dirigir la labor del Legislativo en la dirección del Ejecutivo —posibilidad que también cabe para el binomio Quiroga-Velasco—, cualquiera de ambas, como política de alianzas parlamentaria, tendría efectos disímiles en la calificación de los aliados. En el primer caso, el bloque Paz-Lara dotaría a los parlamentarios proempresariales de la derecha tradicional “socialdemócrata” (Doria Medina), de un contenido “centrista”, legitimando con el respaldo de una votación oficialmente mayoritaria medidas conservadoras; en cambio, en el segundo caso, la postura de la “socialdemocracia” se vería descubierta en su orientación esencial de derecha al responder a la titularidad de Quiroga-Velasco, cuya política económica supondría una involución al 21060 de 1986, con un escenario social no domesticado por la crisis, como lo fuera en aquél entonces.
A diferencia de esto último, esto es, suponiendo la derrota electoral de Paz-Lara en la segunda vuelta, este binomio tiene todavía una alternativa adicional, en vez de limitarse a “apoyar las medidas del nuevo gobierno” elegido en octubre. Ésta podría llamarse “la salida democrático-popular” (superadora de la postura socialdemócrata), al sumar a su representación parlamentaria la movilización de sus votantes, para que entre la Asamblea Plurinacional (institucionalidad existente) y la acción del pueblo en las calles (política de masas) se ejercite una participación social en la acción legislativa que la trasparente y la sitúe fuera de un espacio de decisiones reservadas, lo que elevaría la democracia de elección del Ejecutivo al nivel de las decisiones parlamentarias, que es donde se debe decidir además, un futuro distinto para el Poder Judicial.
Esta alternativa no está al alcance del espíritu autoritario de la candidatura Quiroga-Velasco, que pretende reconfigurar el espacio burocrático del Estado desde las élites empresariales agroindustrial y financiera, las dos fracciones de clase más beneficiadas por las políticas públicas continuadas desde el MNR de 1986 hasta el presente, incluyendo los veinte años del MAS de Evo Morales-Álvaro García. Porque no es cierto que la economía de toda Bolivia esté en crisis: los sectores empresariales mencionados hicieron más dividendos con el MAS que con el MNR o la dictadura de Banzer, que fueron los momentos originarios de las principales fortunas por favor estatal (esto quedó registrado en la prensa nacional a la salida del tercer gobierno de Evo Morales, por declaraciones de representantes de los corporativos empresariales).
Por otra parte, el déficit de escuela política de los nuevos parlamentarios ha sido puntualmente advertido en medios de prensa digitales e impresos nacionales, con matices pesimistas que contradicen un discurso recurrentemente optimista (acrítico) con la democracia y legitimador del MAS en el pasado; se trata de la idea errónea de que la democracia realmente existente es la única posible por el mero hecho de existir, la que bien o mal “toca vivir”.
Es verdad que, como dirían "les progres” argentinos —cuya oficiosa atención a la política boliviana consiste en dar crédito y publicidad a las ocurrencias de Álvaro García— la nueva representación congresal boliviana surgida del 17 de agosto de este año es "un flan", esto es, carece de consistencia en términos de formación política. Sobre el progresismo argentino, que abreva sobre todo en el diario Página 12 —del que Juan José Saer decía, hace décadas, que “había que ducharse después de leerlo”— habría que decir que también se expresa hacia adentro mediante intelectuales argentinos radicados fuera, como Jorge Alemán, quien despacha con el mínimo esfuerzo de unos cuantos epigramas su emocional y psicoanalizable nacional-populismo, lo que contradice su obra académica. Véanse, por ejemplo, sus recientes hipérboles acerca del pasado y el futuro de la política mundial toda, ante la victoria legislativa del peronista Kicillof en la capital de ese país (“Fidelidad a la causa”, 17sep2025).
Sobre Bolivia se diría más bien, que la incertidumbre de la composición de la nueva Asamblea Plurinacional (un concepto que no es “negativo” en la teoría contemporánea, sino condición de existencia de sistemas complejos) implica una posibilidad de nuevas sorpresas con las que Paz-Lara estarían alineados por su ambigüedad constitutiva (otro concepto que se complementa con los de incertidumbre y complejidad referidos), pese a todos los esfuerzos de generar una ruptura entre ambos por parte de la derecha competidora.
Por lo dicho, la actual coyuntura política boliviana requiere un análisis en profundidad de los factores constitutivos de las fuerzas en lucha y el devenir democrático ante una fuerza electoral invisible a los mecanismos del marketing político y contraria al posterior retorno a la “opinión pública” de personajes de la vieja política: la del monopolio político neoliberal del MNR de Gonzalo Sánchez de Lozada (él mismo, igual que su yerno o su ministro de Gobierno, todos prófugos en los EUA, o su ex vocero Mauricio Antezana desde Bolivia y los amigos de la ex Tertulia de Carlos Toranzo); los “banzeristas de Cancillería”, banzeristas al fin, que se miden con el ya derrotado pachamamismo del actual vicepresidente David Choquehuanca mostrando el valor de su propia postura; la repetición del libreto de que “sin Evo no hay izquierda” de los ex empleados de Álvaro García en el diario La Razón o la revista venezolana Nueva Sociedad; las adhesiones individuales al binomio derechista Quiroga-Velasco cuya pretendida autonomía personal revela en cada caso que no es tal; el coro mayoritario de editoriales de prensa y medios televisivos del oriente anti-Lara, que reacciona al acontecimiento determinativo del voto popular y un variado etcétera de quienes habiendo preferido inclinarse por la “decente derecha socialdemócrata” de Doria Medina no lo hacen por el imprevisible binomio Paz-Lara, creyendo ilusoriamente que absteniéndose quedarán a salvo en las orillas respecto al movimiento político actual en Bolivia.
Lo que deberemos explicar más adelante es lo que aquí, por razones de brevedad, se formula como una alternativa entre la crisis, que lleva, tendencialmente, como es natural, no al cambio sino a una realineación estabilizadora de la dominación (“capitalismo para todos” con Paz-Lara con una dirección renovadora que está en veremos, o una reedición anacrónica del 21060 con Quiroga-Velasco en confrontación con el pueblo al que se le cargará la crisis) y la emergencia de un nuevo cuerpo político en Bolivia, reconfiguración para la que no solo debe explicarse el papel del capital como lógica que modela lo social, sino y sobre todo de la autonomía del Estado y el lugar de la nación en un horizonte social novedoso.
Ciudad de México, 17 de septiembre del 2025










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