Kim Stanley Robinson (I)
- Hugo Rodas
- 12 oct 2022
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 2 nov 2022
El Ministerio del futuro. (Trad. cast. Simon Saito). Barcelona: Minotauro, 2021 (2020), 575 pgs.

Un gran mosaico del mundo, tal como puede ser descrito con agudeza ilustrada esta ficción alrededor del año 2050 (“mediados del siglo XXI”, pág. 82). Pero esa ilustración es, tengo que decirlo, multiculturalista (capitalista actual) y de una corrección política monocolor. Por tanto, mirando sus muchas luces un tanto opacas, es un libro caleidoscópico que incluye los límites de una informada postura socialdemócrata en relación a cómo enfrentar, no las utopías, sino las distopías por venir. El tema del número se relaciona a la cuestión de la democracia. En términos del discurso político hegemónico, se trataría de la “calidad de la democracia” que a fines del siglo XX, el discurso gradualista de la academia imaginaba como democracia en “transición” o “consolidada”. Véase abajo, en el punto 1.
Dicho lo cual, debemos intentar comunicar la forma en qué resultan menos estimulantes los materiales significativamente actuales de este libro, para que nuestra interpretación crítica se explique por sí sola y por dosis aceptables, sin restar al gran valor de esta obra, digna de considerarse en debates de teoría política contemporánea. Tradicional e inversamente, las traducciones españolas y catalanas ya son un empobrecimiento acostumbrado de la ilustración señalada; no me refiero a lo malsonante de ”capullo”, “cazurro”, “chaval”, “currante”, “un follón”, “gamberro”, “gilipolla”, “macarra” o “majareta”, es de agradecer que no haya aparecido el españolismo de “flipar”, sino al error local insuperable del dativo (“se la queda mirando”, “de la sauna”, a una vida larga “la sigue una vida de dolor”, “la sorprendió la indiferencia”, “pasarme a verte”), error que solo se evita una vez (“le alegraran el día”, p. 474); las caídas en una adjetivación informal (“¡Y una leche!”) o, contrariamente, en arcaísmos generacionales (“sin un duro”, “nos las hicieran pasar canutas”). Mejor decir, con la gracia castellana imitada por un buen amigo boliviano: “pelillos a la mar”; sí, si creemos que no hay nada que hacer y todo puede ir todavía peor como la desatención del traductor: “se subieron a él (a una telecabina)”, “no le apetece pensar”, “los drones se lanzaron en picado hacia nosotros”. Hasta la desaparición de letras y nombres como “puyas” o “le Carré” (sic), respectivamente.
Libro caleidoscópico que incluye los límites de una informada postura socialdemócrata, en relación a cómo enfrentar, no las utopías, sino las distopías por venir.
La traducción literal suele honrar mejor el texto y su ilustrada base científica cuando, por ejemplo, un término más bien técnico (de la etología) que es utilizado por el autor “ambled their way” (p. 407) es así traducido (cuando la marmota “fue amblando hacia ellos”, p. 443 de la traducción), respetando el gerundio del verbo intransitivo “amblar” que más bien que decir que se camina de manera pausada (“walk in a leisurely manner”), describe cómo un animal se desplaza moviendo a un tiempo sus extremidades del mismo lado. O la capacidad biológica de salir de un largo letargo (“reviviscencia espontánea desencadenada por un disparador”, “the spontaneous reliving of it by way of some trigger setting you off.”, p. 76). Mejor que traducir: “si tuvieran la certeza de que se irían de rositas” (p. 374) por: “if they thought they could get away with it” (p. 347). Este es un aspecto a destacar en toda la novela: el carácter racional y científico de su narrativa que —esta es interpretación mía—, da base epistemológica a sus propios límites utópicos. Para nosotros, latinoamericanos, a la novela le falta, digamos cum grano salis, imaginación. Como debiera saberse, “Latinoamérica” no existe en ningún lugar, lo que significa tanto como una utopía y esto, ¿es necesario decirlo?, vale demasiado.
I
La cuestión del número suele eludir el fondo político de la cuestión democrática. Por eso, entendemos, si una política realista debe fijar el lugar de los vivos desde el de los que ya no están, una política multiculturalista (socialdemócrata) se plantea desde el presente orden legal el lugar de las futuras generaciones, de “las personas que ni siquiera existen aún”: “Do you really think we can get significant legal standing for people who don’t exist yet?” —dice la jefe Mary Murphy a Tatiana Voznesenskaya (p. 45). En tres páginas (43 a la 45) se condensan algunos aspectos que veremos resurgir a lo largo de la novela: el del número, con la ola de calor en India que causa la muerte de 20 millones de personas en el primer capítulo; el discurso jurídico sobre nuevas reglas en favor de sectores excluidos (como las de Ecuador sobre sujetos indígenas o el acuerdo de París, ignorado por la India en proyectos de geoingeniería para evitar repeticiones de lo acontecido); la religión de la madre Tierra de un feminismo tecnocrático, por el cual Mary Murphy que preside el “Ministerio del futuro”, denominación periodística del “Órgano subsidiario de ejecución del acuerdo de París” para reducir la emisión de dióxido de carbono (p. 24), se entiende mejor con la asesora legal de dicho Órgano (Tatina Voznesenskaya), que con su insatisfecho jefe de gabinete, Badim Bahadur, que insiste en reparar la justicia aplicando el “ojo por ojo” contra las corporaciones y poderes invisibles de la globalización. Todo ello cual realpolitik imaginada y basada en el discurso New Age del Buen Vivir y la Pachamama (madre tierra en quechua), discurso de emisión multiculturalista de los Estados de la región andina de América Latina (Bolivia, Ecuador y Perú) frente a lo que sus operadores académicos decoloniales llaman extractivismo-neocolonialista-falocéntrico contra la Tierra.
“El imperio de la ley es lo único que tenemos —dijo con resignación [Tatiana]. (…) No me parece una solución —dijo Mary. A mí tampoco, pero no existe la solución perfecta. Hay que conformarse. ¡Crearemos una nueva religión! [bromeando]. Una relación de la Tierra en la que todos seamos familia, hermanos universales. Hermanas universales —la corrigió Mary—. Una religión de la madre Tierra. (…) Redacta las leyes para esa religión —dijo Mary—. Tenlas listas para cuando llegue el momento. Por supuesto —repuso Tatiana—. Ya tengo una [C]onstitución entera aquí dentro —añadió dándose unos golpecitos en la frente.” (p. 45).
La revelación del inconsciente político considerado en la novela —está dedicada a Fredric Jameson— recurre a una analogía sexualizada del fútbol americano (“apostar por una posición larga”) cuando Mary encuentra útil repetir esa expresión a satisfechos abogados y directivos de la industria petrolera para provocarles una “erección del alma” que conduzca a reducir su “penetración de la gran madre Gaia” (p. 249), en vez de lo que denunciara y deplorara la periodista canadiense Naomi Klein en la ONU, detallado en su libro: Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima (2015), inspirado en la Constitución boliviana. Conforme a la dirección progresista adoptada por los personajes determinantes de la dirección de la novela (y “del mundo”), la metáfora global que se refiere es la de “aldea global” (véanse páginas 32 y 227), menos desesperanzadora que la de “nave espacial”; aquí el mundo no ha perdido su rumbo como totalidad descentrada.
Sin duda es más sugerente la postura socialdemócrata ilustrada que la del progresismo antiintelectual. Pueden compartir un punto de vista reductivo sobre los individuos representativos de cada nación (verbigracia: “un país [Rusia] que había dado personas como Tatiana tenía que tener algo bueno”; reflejamente como para los cubanos —y de algún modo distinto para las cubanas— Bolivia es el país “donde murió el Che”), pero la sugerencia de que un inconsciente colectivo regional se impone (el que lo local absorba el grueso de atención de un país por las dimensiones de éste, como en el caso de Rusia) sugiere que la realidad física sobredetermina el proceso capitalista en curso denominado “globalización” (véanse páginas 226-227 sobre las dos dimensiones problemáticas de la globalización: la del colonialismo estadunidense como “imperialismo con guante de seda” y del imperialismo estadunidense que deteriora la biosfera). Comparativamente, las grandes tragedias humanitarias en Rusia, en parte debidas a Alemania, en parte a los Estados Unidos, condicionarían su inconsciente político nacional: “en realidad podría decirse que tendrían razones para odiar a todo el mundo. Rusia contra el mundo: esa idea había formado parte de su psique colectiva” (p. 226), pero dados sus problemas propios atendía a ese “mundo aparte” porque, como muchos otros lugares en el mundo, “se vive anclado en el pasado de la propia psique regional” y en la relativización de la “aldea global” si el inglés no es la lengua materna.
En esta lectura estamos sin el lastre de la doxa de masas consumistas que pretende la superación o lo innecesario de la ideología. Los personajes “progresistas” de la novela toman una posición ideológica imprescindible: la situación del clima supera en importancia “a todo lo demás” —dice “una mujer de Zimbabue”, presidenta de turno del acuerdo de París, en un edificio del centro de Zúrich (p. 32). El carácter materialista de esta postura es, evidentemente, althusseriano: el deterioro medioambiental y la ideología correspondiente como relación imaginaria respecto a una situación real extensa; una postura que requiere verificarse con pruebas (ciencia), Además, siendo un fenómeno real inabarcable para un individuo, su solución exige imaginación. Precisamente la imaginación o trabajo colectivo desalienado que los liderazgos progresistas de jefaturas populistas imposibilitan. Una ideología debiera tener claridad, amplitud explicativa y —diría yo— fuerza persuasiva, dejando la novela como ejercicio para el lector, la demostración de lo señalado. (“What one would hope for in an ideology is clarity and explanatory breadth,and power. We leave the proof of this as an exercisefor the reader.”, Cap. 11).
Pero, y es aquí donde explicito porqué he dicho que le falta imaginación al texto, frente a una imaginada nueva normalidad de los desastres naturales (se estima que para el 2030 serán diarios) se recurre a la frase: “era más fácil imaginar el final del mundo que el final del capitalismo” y se abunda en que “al viejo dicho le habían salido los dientes y estaba demostrando ser una verdad absoluta y brutal” (p. 33). La imaginación, precisamente, es una alternativa a la fácil absolutización ideológica; el clima como determinación extrahumana aparece en la novela sugerido como determinismo histórico, justificaría sí un diferimiento de la no menos real conflictividad social.
(continuará).
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