Reseñadas en salas de cine
- Hugo Rodas
- 23 oct 2022
- 3 Min. de lectura
Argentina, 1985. Dir. Santiago Mitre, Argentina, 2022, 140 min.

La débil idea sobre héroes o heroínas perjudica el lugar secundario otorgado al ex presidente argentino Raúl Alfonsín, en cuya nuca resoplaba el fétido aliento del agente policial de Inteligencia (SIDE), operativo en la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) y experto en tortura en Automotores Orletti, Raúl Antonio Guglielminetti, quien intervino en el golpe militar de 1980 en Bolivia como "Mayor Rogelio Guastavino", acción de la Operación Cóndor que logró lo que antes había intentado en Buenos Aires: el asesinato de Marcelo Quiroga Santa Cruz, apoyada por el gral. y dictador Jorge Rafael Videla, quien afirmara que su régimen no toleraría a Bolivia convertida en "otra Cuba".

Quiroga Santa Cruz fundamentó jurídicamente en Bolivia, en el juicio de responsabilidades que instaurara en el Congreso de la República contra la dictadura del gral. Hugo Banzer Suárez en 1979, seis años antes del Juicio a la junta de comandantes en la Argentina, que los militares eran los administradores violentos de una dictadura de clase, de una clase burguesa intermediaria en el sistema de dominación mundial, que subvertía su propia legalidad constitucional (ver Bolivia recupera la palabra: juicio a la dictadura, en nuestro Centro de documentación). Por lo tanto, junto a la débil idea del héroe, la película de los guionistas Santiago Mitre y Mariano Llinás resulta impotente para abordar este nudo de la lucha de clases como motor de época de la historia que ficciona.
Llinás admite que "lo que falta" en la película es mucho y menciona la ausencia del testimonio de Jorge Carlos Radice (alias "Gabriel", "Ruger"), oficial de confianza del Almirante Emilio Eduardo Massera —condecorado por el gobierno de Bolivia; condenado a cadena perpetua e inhabilitación absoluta en 1985—. Radice fue secuestrador, torturador y violador de detenidas en el llamado Grupo de Tareas 3.3 de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). En su declaración del juicio de 1985 (https://www.youtube.com/watch?v=X8rcvDRNP3M) miente diciendo que se retiró en 1979, pues en 1980 operó como oficial de la marina argentina en Bolivia (teniente de fragata); se contradice declarando "soy un militar" y se oculta diciendo que "tenía una jerarquía muy baja"; prácticamente "no recuerda ni supo nada", salvo haber operado junto a Alfredo Astíz, conocido como "el ángel de la muerte" por su crueldad. Fue condenado después a reclusión perpetua (en prisión bonaerense de Marcos Paz).

Expliquémonos en lo sucinto de una reseña, remitiendo para una comprensión más profunda de la cultura política local implicada, al comentario sobre la película, del especialista en Derecho, Roberto Gargarella, aparecido en https://seul.ar/argentina-1985-gargarella-llinas/
“Héroe”, le dice en la película al fiscal Julio Estrassera su esposa, para alentarlo, pero los verdaderos héroes del juicio habrían sido las víctimas como testigos (algo que reafirma Llinás en su respuesta a Gargarella). Pero las víctimas no están solas ni organizaron ese juicio de 1985 y menos las leyes de amnistía durante el gobierno de Carlos Menem. La posibilidad material del juicio de 1985 fue la lucha social y corresponde a quienes acompañaron a las víctimas —Strassera en la ficción y la realidad se excluye a él mismo como “funcionario del Estado”, lo mismo que el Poder Judicial en conjunto—, a las organizaciones de la sociedad civil e individuos que investigaron antes del juicio de 1985 para el informe del “Nunca más” y, antes que nada, los familiares de las víctimas y los muertos que resistieron la dictadura militar en condiciones absolutamente desiguales, que es lo que caracteriza a toda actividad que se deba considerar heroica. Si algo amerita hablar de un “milagro” por la realización de un juicio tan improbable es la presión de la memoria histórica y la lucha por obtener justicia para los muertos, en este caso además, “desaparecidos”.
En cuanto a los mandantes de los militares, esto es el poder civil, la clase dominante y la tradicional oligarquía militar argentina, debiera ser claro que a diferencia de lo que se sostiene en la película (y en el juicio de 1985), el genocidio perpetrado no fue causado por un desorden moral en los victimarios, sino por un accionar criminal políticamente organizado en respuesta a la crisis política argentina a la muerte de Perón (1974). Para las y los bolivianos, que no han juzgado las dictaduras militares de 1964 a 1982 y además sufrieron a decenas de oficiales genocidas argentinos en el golpe de 1980, la causa del pueblo argentino es también la del pueblo boliviano, y viceversa, así como una tarea democrática respecto a la película Argentina,1985 sería no “disfrutarla” como se sugiere frívolamente (verbigracia: la banda musical de triunfo apoteósico al dictarse la condena, como sucede en la película), sino reflexionar críticamente sobre ella.
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