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Reseñados en librería

  • Hugo Rodas
  • 21 oct 2022
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 22 oct 2022

Roger Bartra: Mutaciones. Autobiografía intelectual. Ciudad de México: Penguin Random House Grupo Editorial, octubre 2022, 424 pgs.



Nacido en México de padres españoles exiliados, autor que hiciera del axólotl, especie mexicana de anfibio antropomorfizado, símbolo sociocultural de las mutaciones hasta el final, id. est. su autobiografía, declara las tensiones que lo hicieran promarxista y después crítico del marxismo (¿no es lo mismo?), cifra autobiográfica de toda su obra: distante ex post de lo que antes le era próximo.

¿No le había enseñado la lectura de René Zavaleta Mercado, su maestro en FLACSO-México, que la crítica es una condición del marxismo? En teoría sí, aunque “entre académicos no hay cornadas” se diría, sobre todo si la mediación estatal implica hegemonía del poder sobre la cultura, dixit México. Bartra honra la teoría al acentuar sus públicas discrepancias, cuyo costo —el ostracismo intelectual— cuenta siglos, desde el mundo griego hasta el Ogro filantrópico mexicano; insiste, como ejemplo notable, en dudar de Pablo Gonzáles Casanova y para reafirmar esa distancia cuenta en su Autobiografía “lo que le dijo René Zavaleta”, amigo de ambos.


Abiertamente dice haber rechazado desde los años 80 del siglo pasado una tradicional antinomia de la izquierda, en este caso mexicana: la revolucionaria de José Revueltas (o, diríamos aquí lúdicamente, Jodé Revueltas) y la oportunista de Vicente Lombardo Toledano (pág. 225). La mutación de Bartra para salir del marxismo habría consistido en señalar la centralidad de la democracia frente a la que reiteraba la centralidad del proletariado. Para eso en pleno homenaje del centenario de Marx (acto en el Palacio de Bellas Artes de la capital mexicana, 1983) añadió otras lecturas, heterodoxas: Durkheim, Tocqueville y Weber.


"Yo creía, acaso ingenuamente, que sería la izquierda la que traería la democracia a México. Me equivoqué: la democracia llegó a México por la derecha el año 2000, aunque fue la izquierda la que debilitó al sistema con la escisión del PRI encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas" (pág. 228).

¿Cárdenas o el reformismo sin sonrisa como la izquierda de México? ¿El PAN, partido de la ultraderecha católica como derecha democrática? De una descripción así de olvidadiza del neozapatismo mexicano y el capitalismo retro solo pueden salir parcialidades encontradas. En 1984 Bartra criticó en la central revista Nexos, a quien era uno de los miembros de su consejo editorial, Pablo Gonzáles Casanova, quien se posicionaba críticamente y de modo recíproco, contra la “izquierda reformista no ortodoxa”:


“Yo había tenido una relación relativamente amistosa con Gonzáles Casanova, pero cruzada de nubarrones. Teníamos un amigo común: el político y brillante intelectual boliviano, René Zavaleta. Mi amistad con René era muy franca y sólida. En una ocasión René me comentó que Pablo Gonzáles Casanova decía de mí que yo era un eurocentrista. Le pedí a mi amigo que le contestase a Pablo que se equivocaba, yo no era un eurocentrista sino simplemente europeo […] Mi crítica señalaba que Gonzáles Casanova estaba llamando a una purga como la descrita en la distopía de Orwell” (págs. 229-230).

Puestos en la discordia personal, en que ambos académicos se acusaban de autoritarismo (“don Pablone”) y “deshonestidad polémica”, es lícito observar que la crítica en México implica disgusto insuperable en el tiempo. Es cierto que la visita de Enrico Berlinguer a México, en cuya recepción Bartra jugara un papel central, no disminuía el señalamiento de “eurocentrismo” y que el propio maestro y amigo de Bartra, René Zavaleta, desliza en sus textos de los 80, reconocimientos a la habilidad táctica de Berlinguer en favor de la postura socialdemócrata italiana que sepultaba a Gramsci en lo que podríamos llamar el Panteón de los Anacronismos. También es cierto que los incontables homenajes de la élite académica mexicana a Pablo Gonzáles Casanova, cooptan en favor del reforzamiento de un “espíritu de cuerpo” el declarado neozapatismo del reconocido sociólogo mexicano.


Esta autobiografía expresa lo que su autor entiende como un hilo vital de “mutaciones” y su constante es la facilidad con que se lee (un mérito), la perspicacia del narrador (si bien apelar a citar cartas personales abrevia el esfuerzo personal de pensar el pasado) y, sin solución de continuidad, sus fobias personales, estas últimas tiñendo la autobiografía de improductiva idiosincrasia (no habría que dar por muerto al marxismo crítico).

 
 
 

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